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Reseña histórica

Padre Fundador Agustn Gili VivesLa Congregación de Agustinas Hermanas del Amparo, como todas las obras grandes tuvo humilde origen. Comenzó por una simple hermandad, pequeño grano de mostaza que se plantó en la Inclusa de Palma el 6 de febrero de 1859, esa semilla ha ido desarrollándose hasta convertirse en un árbol que sigue creciendo en tres dimensiones: hacia lo alto en busca de Dios; en profundidad interiorizando y haciendo vida su carisma; pues la raíz simboliza a la vez la vida y el silencio, caudal de vida oculta que cobra voz, palabra y oración y hacia lo ancho extendiendo sus ramas hasta los confines del mundo, para sostener a todo el que llega cansado y agobiado del camino; unas ramas que a veces serán acariciadas por la brisa y otras zarandeadas por el viento, pero siempre en actitud de abrazar y unidas a Dios. Esta imagen nos presenta el contraste entre un comienzo insignificante y la grandeza que ha ido alcanzando en su desarrollo.

Quizás nunca como hoy la invitación de Jesús a remar mar adentro aparece como respuesta al drama de la humanidad, víctima del odio, de la violencia y de la muerte, pero el Espíritu Santo actúa siempre en la historia y desde el mismo desconcierto de las naciones, estimula en muchos la nostalgia de un mundo distinto, que ya está presente en medio de nosotros. Es este Espíritu que llama a las personas consagradas a una constante conversión, para dar nueva fuerza a la dimensión profética de la vocación. Hemos sido llamadas a poner la propia existencia al servicio de la causa del Reino de Dios, dejándolo todo e imitando más de cerca la forma de vida de Jesucristo.

A lo largo de siglo y medio de existencia la Congregación ha caminado siempre a tono con la época, para que su misión apostólica y social fuera eficaz. La legislación se ha ido adaptando cada cierto tiempo a las nuevas disposiciones eclesiásticas y a las necesidades que el progreso de la Congregación exigía, así en 1978 el Papa Pablo VI, la declaró Congregación de Derecho Pontificio.

escanear0166La Congregación quiere ser esa tierra que se dispone para la siembra, que se abre aún con el dolor de la reja, para acoger confiada la semilla de la mano del sembrador; para cerrarse con la semilla acogida y asimilarla en la profundidad de su seno; es tierra que sabe esperar paciente durante la crudeza del invierno y se deja abonar por la gracia de la oración.

Las islas Baleares fueron en el pasado un semillero de vocaciones a la vida consagrada y fueron varias las Congregaciones nacidas en el siglo XIX, entre ellas la de las Agustinas Hermanas del Amparo. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII se produjo un cambio en el seno de la iglesia de Mallorca surgiendo las primeras instituciones femeninas de caridad, potenciándose y creándose nuevos hospitales, hospicios y casas de caridad; se fundó la real casa de expósi­tos llegando a ser relevante la presencia de algunas congregaciones femeninas.

Con ideas muy claras D. Sebastián Gili Vives decidió fundar una Congregación religiosa. Adelantán­dose a los tiempos comprendió que no se debía excluir de esta Congregación-modelo a las mismas jóvenes expósitas formadas en la Inclusa. Con estas mismas, selecciona­das, comenzó el ensayo del proyecto de la Congregación. El 6 de febrero se hacía real su instalación en la Inclusa de Palma. Cuatro mujeres de gran temple, mucha piedad, inquietas y preocupadas por los demás asumieron el ideal de vida que movió a D. Sebastián y pusieron los fundamentos de la obra tomando el hábito y correa. Todo se completó con la carta de hermandad concedida a la Congrega­ción por el P. Arnau, Comisario Apostólico de la Orden de San Agustín. Nacían las Hermanas del Amparo, agustinas por los cuatro costados, para que se dedicasen en cuerpo y alma a la completa atención de aquellas criaturas. Aquí fue donde D. Sebastián puso los cimientos del gran edificio que empezaba a construirse.

Y así comenzó a caminar la Congregación. El espíritu religioso de que estaban animadas las hermanas, su abnegación, sus actos de extraordinaria caridad con que atendían y cuidaban a los expósitos y el fervoroso apostolado atraía la atención de numerosas jóvenes que sintiendo la vocación religiosa, pidieron y consiguieron ser admitidas en la Congregación. Una vez más vemos al trabajador incansable, llevando además el timón de la Congregación, nada fácil en los comienzos. Rápida­mente co­menzaron a llegar vocaciones de todas las clases sociales, -algunas de la misma inclusa- que veían en aquel sacerdote humilde un hombre de Dios y querían imitarle.

Nos dejó encargado sobre todo el cuidado maternal de los niños abandonados, atendiendo con ternura y paciencia sus necesidades; el esmero en prodigar los servicios y consuelos a los enfermos, mitigando sus penas con la dulzura de nuestras palabras; el celo en inculcar el bien y separar del mal a los pobres, dispensándoles todos los cuidados que su miseria reclama y la enseñanza de la doctrina cristiana y demás ramas del saber, serán fuentes perennes de caridad, pues la religiosa es un ángel que Dios envía a la tierra para derramar el bálsamo del consuelo sobre toda clase de penas y amarguras; a la religiosa no le asusta cruzar el mar, ni le atemoriza el trabajo por duro que sea. En alas de la caridad vuela a todas partes donde la llama su ministerio.

Impregnadas de la doctrina de San Agustín, iniciaron con sencillez y heroica generosidad una obra que comenzó en Mallorca, Ibiza y más tarde en la Península, para finalmente dar el salto a Italia, Perú, Costa Rica, Honduras y Nicaragua.

escanear0154Todas las comunidades estaban organizadas alrededor de dos grandes ejes: la escuela donde se imparte una formación integral y la prestación de los servicios sanitarios. El P. Fundador supo inculcar en sus hijas esa pasión por la búsqueda y la Congregación continuó su obra.

La fundación de las Hermanas del Amparo surgió según los parámetros de una Congrega­ción moderna. Una vez hecha la fundación D. Sebastián le supo imprimir un sello característico a través de sus consejos y escritos. Desde el principio deseó que se llamaran Agustinas, porque él era agustino de corazón, aunque como sacerdote secular, no profesara la Regla de San Agustín ni vivía en comunidad. Su secreto estuvo en la clarividencia de los fines del Instituto y también en la exigencia y fidelidad a las normas establecidas para el mismo. Con el trato de las Hermanas y en su relación epistolar con ellas, les pedía ante todo una fidelidad interior del corazón; pero igualmente un amor a las reglas y una fidelidad exterior, imprescindi­ble para la buena marcha de la comunidad.

La Congregación se formó en la escuela agustiniana de amor a Dios y caridad con los necesitados. En la Regla se dice que los ejercicios piadosos de las Hermanas deben ser principalmente los trabajos de caridad. El P. Fundador les dio unas Ordenaciones particulares, por medio de las cuales supo infiltrar en ella una piedad muy acendrada, teniendo necesidad de comunicar a otras su amor. Por caridad fundó la Congregación, soportaron penas y trabajos y ofrecieron su vida; 38 hermanas trabajaron en el hospital, casa de expósitos y casas particulares durante el cólera. Tres de ellas sellaron su vida en aquellos días, mártires del amor desinteresa­do hacia sus semejantes.

La Congregación de Agustinas del Amparo nació de la imperiosa necesidad que sentía D. Sebastián, de llegar hasta donde le urgía el apremio de la caridad. Y la Inclusa carecía de todo calor humano y cariño hacia las personas que allí vivían, se sentía limitado al no poder llegar a todos los que necesitaban su ayuda. Admirador y devoto de San Agustín volvió sus ojos hacia él, para que como sol de la Iglesia proyectase su luz sobre la urgente necesidad que le angustiaba, brotando de la misma savia agustiniana la Congregación de las Hermanas del Amparo. El fundador estuvo al frente de la misma, hasta que la vejez y la enfermedad le doblegaron y el obispo le retiró, consiguiendo que las Hermanas fueran verdaderas hijas de la caridad. 

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