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Artículos

Discurso del Padre Fundador en la Vestición

        

 

 

         Discurso del P. Fundador, riquísimo de doctrina, pronunciado en la toma de hábito de algunas jóvenes el día 6 de noviembre de 1881. (El texto original está en mallorquín).

 

         "Amada hija, habiendo de recibir el hábito religioso de esta Congregación, es preciso que antes abandonéis los vestidos del mundo, porque aquellos representan las vanidades y los actos del hombre viejo, esto es pecador, y aquel representa al hombre nuevo, esto es, renovado por la gracia, adornado de las virtudes, y caminando por los caminos de perfección.

 

         Exuat te Dominus veterem hominem cum actibus suis [Cf. Col. 3,9]: Os despoje el Señor del hombre viejo con todos sus actos, se os dirá cuando se os quiten los vestidos del mundo, y: "os vista del hombre nuevo creado según Dios en justicia y verdadera santidad", cuando se os imponga el hábito religioso: Induat te Dominus novum hominem, qui secundum Deum creatus est in institia et sanctitae veritatis [Cf. Eph. 4,24]

 

         Esto os ha de hacer entender el cambio interior que ha de recibir vuestra alma en este día, en que, abandonando las vanidades de la tierra, se consagra al servicio de Dios; renunciando a los afectos de carne y sangre, se une toda a Dios; y, rompiendo los vínculos del mundo, corre en libertad por el camino de la virtud, y vuela cual águila generosa para alcanzar el Cielo fácilmente.

 

         Muchas son las reflexiones que os podría hacer en este momento, pero; considerando la brevedad del tiempo, me limitaré a manifestaros las principales obligaciones que vais a contraer y que forman la esencia de la vida religiosa.

 

         Todas las Congregaciones religiosas están fundadas sobre los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, como las bases sobre las cuales se levanta el edificio espiritual de la santificación de las personas religiosas, conforme a lo que nos deja consignado en el Evangelio el mismo Jesucristo; pero algunos Institutos añaden otro voto especial conforme el objeto que se proponen, como sucede en esta Congregación, que prescribe el voto de ocuparse en las obras de caridad, resultando por lo mismo que son cuatro las bases sobre las cuales construye el edificio de la santificación de sus hijas, cuatro las principales obligaciones que vais a contraer, y que son dignas de la mayor atención, pues por ellas va una religiosa a ser una imagen viva de Cristo.

 

         En primer lugar la pobreza. Bien conocido son los desastres y males de toda especie que ocasiona la codicia, este deseo de riquezas, este anhelo de comodidades. ¡Cuántos odios, cuántas discordias, e incluso cuántas muertes no provienen de esta fiebre devoradora de poseer bienes terrenos! Pasión tiránica que arrastra a todas las almas al Infierno: escollo terrible donde naufragan tantas personas olvidadas de los bienes espirituales. El primer paso que da una religiosa es la renuncia de los bienes materiales, a la cual ha prometido Cristo nuestro Señor la vida eterna, renuncia que incluye el desprecio de las comodidades y desprendimiento de objetos terrenos, considerándolos a todos como a vínculos que tienen atadas nuestras almas, y las impiden remontar el pensamiento y el corazón a Dios para obtener su santificación. Este desprendimiento es tal que priva a la religiosa no solamente de la propiedad, sino también del uso de todas las cosas, necesitando del permiso de los Superiores para usar incluso de las más necesarias. Se extiende también a las personas e incluso a las localidades: así es que se le dice por boca de David: "Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el Rey, esto es, el Esposo Celestial, se enamorará de tu belleza": Obliviscere opulum tuum, et Domun patris tui, et concupiscet Rex decorem tuum [Ps. 44,11-12] El voto que se hace de la santa pobreza es uno de los clavos que crucifican a una religiosa en Cristo, separándola completamente del mundo.

 

         Otra grave obligación que contrae la religiosa, y que la eleva a una esfera muy alta, es la santa castidad. Por ella consagra su cuerpo a Dios, ofrece todo su corazón a Dios, da su mano de esposa al mismo Jesucristo. ¡Qué dignación de parte de Dios! ¡Qué dignidad para la religiosa! ¡Esposa de Cristo, esposa de Dios! ¡Callen ya los desposorios terrenos delante los desposorios celestiales! ¡Una pura criatura elevada a la alta dignidad de esposa de Dios! ¡Ah! si la esposa disfruta de las prerrogativas y honores del esposo. ¿Cuáles serán las consideraciones con que será mirada la religiosa desde el momento en que sea elevada a la alta dignidad de esposa de Cristo? ¡Cómo la obsequiarán y la acompañarán los ángeles llenos de respeto y admiración! ¿Quién es esta, se preguntan, quién es esta, que sube reclinada sobre su amado esposo? ¡Ah! ¡Es la esposa del Hijo de Dios! Ya está elevada sobre las personas del mundo, ya está íntimamente unida a Dios, ya no es de ninguna criatura, ya es toda de Dios. Dilectus meus mihi, et ego illi [Cant.2,16], podrá decir con mucha razón como la esposa del Cantar de los Cantares: Mi amado es todo para mi, y yo toda para El. Sí, toda de Cristo, elevada con El a la cruz con este clavo, con este voto de la santa castidad, en que se honra y adorna una religiosa.

 

         Pasemos a la tercera obligación, o sea, al tercer voto con que se consagra a Dios la religiosa. El voto de obediencia: por este queda muerta a sí misma, no teniendo más voluntad que la de Dios, ni más dictamen que el de Dios. Esta es la base principal sobre la que descansa todo el edificio de la vida religiosa. Por medio de los otros votos se consagran a Dios las cosas exteriores y materiales; por este las interiores y espirituales: el alma con todas sus potencias. Ya no es señora la religiosa de su voluntad, ya su corazón es todo de Dios. La obediencia religiosa es el sepulcro de su voluntad propia: está muerta, pues, y sepultada la voluntad de una religiosa: ya no vive para si misma, vive únicamente para Dios, vive para su Esposo celestial.

 

         Veis bien amada hija, cual ha de ser el desprendimiento, cual la abnegación que se os pide. Cristo dice en el Evangelio: "Quien quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga" [Mt. 16,24] Si queréis, pues, seguir a Cristo, precisa es esta abnegación, precisa es la renuncia de la propia voluntad. Si el amor propio repugna, si se hace duro el sacrificio, tened presente lo que dice Cristo: Tome la cruz. Abrazada a la Cruz, todo se hace fácil, todo es suave, todo es agradable. Una religiosa ha de ser semejante a su esposo. Si este va cargado con la cruz, y coronado de espinas, ella también ha de gloriarse en la cruz, y el principal adorno ha de ser en este mundo la corona de espinas. Cristo elevado en la cruz conservó la corona de espinas, y la religiosa que por este tercer clavo queda totalmente clavada a su cruz, debe también conservar esta corona.

 

         Amada hija: ya no sois del mundo; ya con la voluntad estáis clavada en Cristo a su cruz, ya sois toda de Dios. El mundo, que no conoce la riqueza y delicias inefables que os proporciona este sacrificio, os tiene una falsa compasión, el enemigo brama de rabia, porque se le estropean los planes que tenía formados para perder vuestra alma; pero los ángeles os rodean en este momento para presentar vuestros deseos al trono de Dios y Jesucristo os tiende desde el Cielo su divina mano para elevaros a su dignidad altísima de esposa suya. Ya estáis llagada de manos y pies. Tan solo falta la llaga del costado para ser una imagen viva de Cristo.

 

         ¡Llaga del costado, llaga del corazón! ¡Ah, sí, ¡llaga de la infinita caridad de Cristo!. De ella dice San Agustín que brotaron los Sacramentos [Trat. sobre S. Juan Evang., 15,8; En. al Ps. 56,11; 126,7; 138,2; Serm. 218,14; Ciudad de Dios, 5,26,1], fuentes perennes de gracia y amor. De la llaga del costado que abrirá en vuestro corazón el voto de castidad brotarán fuentes caudalosas de obras de amor. De la llaga del costado que abrirá en vuestro corazón el voto de castidad, brotarán fuentes caudalosas de obras de amor. Brotará en primer lugar el incendio de amor divino con que se abrasará vuestro corazón, y brotarán las obras heroicas de caridad, que serán el elemento de la vida que da comienzo en este día. El cuidado maternal de personas inválidas, de niños abandonados, cuyas lágrimas tenéis que enjugar, y cuyas necesidades debéis atender llena de ternura y paciencia; el esmero en prodigar los servicios y consuelos a los enfermos, cuyas llagas tenéis que curar con tus manos, y cuyas penas tenéis que mitigar con la dulzura de vuestras palabras; el celo en inculcar el bien y separar del mal a los pobres, dispensándoles todos los cuidados que su miseria reclama y estar en manos de la caridad; finalmente la enseñanza de la doctrina cristiana, y demás ramas de la ciencia que convenga dispensar a las niñas, serán fuentes perennes de caridad que brotarán de esta llaga del costado, de esta llaga del corazón. La religiosa de caridad es un ángel que Dios envía a la tierra para derramar el bálsamo del consuelo sobre toda clase de penas y amarguras. Ella corre de día a prestar auxilio a los necesitados, y vela de noche a la cabecera de los enfermos para mitigar el dolor que amarga su corazón. No le espanta cruzar el mar, ni le atemoriza el campo de batalla, ni le arredra el contagio. En alas de la caridad vuela a todas partes donde la llama su ministerio. Las aguas y trabajos y tribulaciones no pueden apagar el fuego de su caridad; he aquí como crece su santidad, santidad que arranca su admiración a los mismos enemigos de la religión, y la hace tan interesante a los ojos de Dios y de los hombres. ¡Grande es el poder de la gracia que hace obrar tantos portentos a la caridad! ¡Grande será también la corona con que se premiarán tantos trabajos! En efecto: Cuando en el Evangelio se describe el juicio, se encuentran estas palabras, que dirigirá Cristo Señor nuestro a los buenos: "Venid bienaventurados de mi Padre, y tomad posesión del Reino que se os está preparado desde el principio del mundo, pues tuve hambre y me disteis de comer; sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis... ¿Cuándo Señor, os vimos de esta manera, dirán los buenos? ¿Cuándo?, contestará el Señor. Todas las veces que prestasteis estos servicios, estas obras de caridad a los pobrecitos, por mi lo hicisteis: quamdiu fecistis uni ex his minimis, mihi fecistis [Mt. 25,40].

 

         ¿Cuál será, pues, la corona de una religiosa de caridad, si el Cielo está prometido a las mismas obras que forman su ocupación?.

 

         Con mucha razón podéis felicitaros "amada hija, de que Dios os haya escogido entre millones de personas para elevaros a destino tan alto y tan envidiable" ¡Que vuestra vocación despierte a tantas almas aletargadas en la indiferencia, a tantas que resisten a los impulsos de la gracia, con los que Dios llama a la puerta de su corazón!. Sí, jóvenes de este pueblo, que os sentís con deseos de abrazar la vida religiosa, nada os espante, nada os impida seguir la vocación con la cual Dios os honra. "Si oís la voz de Dios, os diré con el Real Profeta, no endurezcáis vuestros corazones": Si hodie vocem Domini audieritis, nolite obdurare corda vestra [Ps. 94,8] No, no os hagáis el sordo al grito de Dios, entregaos prontamente en los brazos de la religión, donde Cristo os espera, y donde os promete la vida eterna, que en vano esperaríais fuera de ella, porque viviríais desviadas, viviríais fuera de vuestro camino.- Y vosotros, padres y madres que tenéis alguna hija a quien Dios llame a la vida religiosa, no resistáis a su divina voluntad: Nolite obdurare corda vestra. Tened presente que perjudicáis en primer lugar a vuestra alma, negando a Dios una hija, que entregaríais a un hombre de vuestro agrado; tened presente que no podéis impedir la elección de estado a vuestras hijas: en esto son libres; y ¡ay de vosotros!, si por vuestra resistencia a su justa voluntad, tienen que tomar un estado hacia el cual no son llamadas. Perjudicáis también a las mismas hijas haciéndolas infelices en este mundo; y exponiéndolas a la condenación eterna. Perjudicáis finalmente vuestros intereses, que ciertamente no prosperan, acarreando la ira y la enemistad de Dios.

 

         Y vos, amada hija, ya habéis visto en resumen, cuales son las principales obligaciones de una religiosa: ya conocéis también las reglas de N.P.S. Agustín como especiales de esta Congregación mandadas observar por vuestro Prelado. ¿Estáis bien resueltas a observarlas todas con puntualidad y exactitud?"

 

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